Como cada Viernes Santo Alcázar enmudeció a las nueve en punto de la noche. Al abrirse las puertas de Santa María, los timbales que abrían la Estación de Penitencia del Santo Entierro anunciaron con su compás lúgubre que Cristo había muerto...
En el nuevo Paso del Calvario, que ha ganado en proporciones, el Santísimo Cristo de la Agonía y Misericordia iba mostrando el último momento de vida del Señor. Abajo María su Madre, el discípulo amado y las otras dos Marías. Tras el Paso la Banda de Música de Alcázar de San Juan que fue interpretando Marchas Lentas durante todo el trayecto, con mucha brillantez.
EL ENTIERRO DE CRISTO
En el silencio que oprime por la injusticia salvaje que acababan de cometer con Jesús, se apresuraron en preparar el cuerpo del Señor para colocarlo en el sepulcro que ofrecieron José y Nicodemo. El sepulcro era nuevo, a nadie se había enterrado aún allí.
Una vez colocado el cuerpo sobre la roca, hicieron rodar la piedra de la puerta, quedando la entrada totalmente cerrada.
Se cumple así la máxima: “Si el grano de trigo no muere…”
Y, después del ruido de la piedra al cerrar el acceso al sepulcro, María, en el silencio de su soledad, aprieta la espiga que ya lleva en su corazón como esperanza de la Resurrección.
En esta espiga recordamos el trabajo humilde y sacrificado de tantas vidas gastadas en entrega a los demás, de tantas vidas que esperan ser fecundas uniéndose a la muerte de Jesús.
Aunque todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos momentos tan dolorosos la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra conciencia de pecadores arrepentidos le servirá de consuelo
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