25 de abril de 2014



Como cada Viernes Santo Alcázar enmudeció a las nueve en punto de la noche. Al abrirse las puertas de Santa María, los timbales que abrían la Estación de Penitencia del Santo Entierro anunciaron con su compás lúgubre que Cristo había muerto... 

En el nuevo Paso del Calvario, que ha ganado en proporciones, el Santísimo Cristo de la Agonía y Misericordia iba mostrando el último momento de vida del Señor. Abajo María su Madre, el discípulo amado y las otras dos Marías. Tras el Paso la Banda de Música de Alcázar de San Juan que fue interpretando Marchas Lentas durante todo el trayecto, con mucha brillantez.
Después representantes de todas las Cofradías de Pasión de nuestro pueblo vistiendo su túnica y tras ellos el estandarte que señala el lema del Santo Entierro alcazareño: "Inclinada la cabeza entregó su espíritu. Venid adorémosle".
Más allá el Paso color caoba en el que cuatro ángeles portan al Santísimo Cristo Yacente. Imagen recién restaurada. Cristo muerto por nosotros, al son del ruido del roce de las zapatillas de los costaleros. Silencio en las calles. Nadie habla.
Sin solución de continuidad el tramo de Damas de la Soledad que abría el Palio de Luto. Después más mujeres del Santo Entierro portando los atributos de la Pasión, su estandarte, la bandera de Paso. Y más detrás acompañando a su Madre, también en silencio, solamente roto por el rachear de costaleros y costaleras, Nuestra Señora de la Soledad, de luto, al pie de la cruz ya vacía de vida.
El frio de otras noches de Viernes Santo, no quiso aparecer en esta ocasión, haciendo que hubiese mucho más público que en otras ocasiones presenciando el caminar de la Cofradía de Santa María en todo el recorrido, incluída la entrada, que suele ser de poca afluencia, la cual se produjo en torno a las 23:30 horas.


















EL ENTIERRO DE CRISTO


En el silencio que oprime por la injusticia salvaje que acababan de cometer con Jesús, se apresuraron en pre­parar el cuerpo del Señor para co­lo­carlo en el se­pulcro que ofre­cieron José y Nicodemo. El se­pulcro era nuevo, a nadie se había en­te­rrado aún allí.

Una vez co­lo­cado el cuerpo sobre la roca, hicieron rodar la piedra de la puerta, que­dando la en­trada to­tal­mente ce­rrada.

Se cumple así la máxima: “Si el grano de trigo no muere…”

Y, des­pués del ruido de la piedra al ce­rrar el ac­ceso al se­pulcro, María, en el si­lencio de su so­ledad, aprieta la es­piga que ya lleva en su co­razón como esperanza de la Resurrección.

En esta es­piga re­cor­damos el tra­bajo hu­milde y sa­cri­fi­cado de tantas vidas gas­tadas en en­trega a los demás, de tantas vidas que es­peran ser fe­cundas unién­dose a la muerte de Jesús.

Aunque todos somos cul­pa­bles de la muerte de Jesús, en estos mo­mentos tan do­lo­rosos la Virgen ne­ce­sita nuestro amor y cer­canía. Nuestra con­ciencia de pe­ca­dores arre­pen­tidos le ser­virá de consuelo

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