11 de abril de 2012











Los servicios de previsión del tiempo se equivocaron el Viernes Santo, ya que las últimas lloviznas que debían caer en torno a las cinco de la tarde, lo hacían entre las seis y media y las ocho y media, poniéndo en serio peligro la celebración de la Estación de Penitencia del Santo Entierro. Ello hizo que se reuniese de urgencia la Junta Directiva de la Hermandad en la Sacristía de Santa María la Mayor.

Antes de dicha reunión se había celebrado el Sermón de Soledad, pronunciado por Javier Quevedo, Párroco y Consiliario del Santo Entierro, quien en una carta dirigida a la Virgen María, de una forma cuidada, sobria y eficaz fue desgranando, acentuando y reflexionando sobre las impresiones, anhelos, carencias, realidades, metas por alcanzar y logros de todos nosotros sus hijos, hermanos de Cristo, al que tantas veces hemos subido a esa Cruz que le había visto morir.

La Junta Directiva reunida de urgencia, como hemos dicho, en vista de que la previsión, aunque había errado, tendía a la mejora, decidió realizar la Estación de Penitencia. No obstante cuando se comunicó la decisión de salir a la calle, condicionada a que a las nueve en punto no lloviese, comenzó a caer una ligera llovizna que hizo temer la suspensión.

En el campo de la anécdota y para que sirva de muestra de lo que es esta Cofradía y sus miembros, podemos contar que en el fondo de la Iglesia, mientras deliberaba la Junta Directiva, había dos hermanos, una mujer y un hombre. La mujer, de mediana edad, que deseaba que se celebrase la Estación de Penitencia dijo en voz alta (más o menos): "Ojalá y decidan que salga la Procesión". A lo que contestó un señor también de mediana edad: "Decidan lo que decidan, seguro que aciertan". Ahí queda eso.

Cuando el que suscribe salió de la Sacristía de Santa María, con el rostro reflejo de nervios y no sin cierta angustia, no vio a hermanos espectantes, deseosos de salir a toda costa a la calle, vio a una Cofradía que esperaba a que su Junta Directiva dijese lo que había que hacer. Esto da mucha fortaleza, seguridad y ánimo para poder y tener que tomar decisiones tan difíciles como la que se acababa de tomar. A todos ellos y ellas, GRACIAS CON MAYUSCULAS y mi personal y más sincero agradecimiento por su compostura y saber estar (aunque este escribiente sea un simple hermano que pertenece a la Junta Directiva).

Llegadas las nueve en punto de la noche, la lluvia cesó, pudiendo abrirse la cancela del Atrio de Santa María para que la Cofradía del Santo Entierro pudiese anunciar la Muerte del Señor por las calles de su Alcázar de San Juan.

A la cabeza, como todos los años, el Cuerpo de Timbales, magnificamente dirigido por Eulalio Ramos y sus jóvenes componentes. Tras ellos un gran tramo de nazarenos vestidos de blanco y negro, con la cruz de Jerusalen en el pecho y el hombro izquierdo, farol en mano.

Y después de este primer tramo el Paso del Calvario, que es guiado por varios hermanos de los más veteranos de la Cofradía, junto con antiguos costaleros del Santísimo Cristo Yacente.

Con el Calvario la Banda de Música de Alcázar de San Juan, la misma que desde el pasado 11 de marzo ostenta el título de Hermana Honoraria de la Cofradía del Santo Entierro y cuya maestría en la interpretación musical cofrade es cada vez mayor, habiéndo incorporado más percusión para hacer más sublime, si se puede, su presencia en la Estación de Penitencia del Santo Entierro.

La segunda marcha que interpretó nuestra querida Banda, tras el Himno Nacional, fue, en un hermoso detalle, "Soledad Franciscana" en honor a Fructuoso Castellanos, hermano del Santo Entierro fallecido el pasado 4 de enero. Por él su Cofradía lució lazos negros en los Pasos del Calvario y del Santísimo Cristo Yacente, llevando su Madre de la Soledad, a sus pies, sobre la peana, el capuz negro que tantos años vistiese cada noche de Viernes Santo.

Por detrás del Calvario tres hermanos de túnica de todas las Cofradías de Pasión de Alcázar de San Juan, a excepción de la de Jesús Caído. Tras ellos el estandarte de la Cofradía del Santo Entierro y otro tramo de nazarenos que precedia al Paso del Señor, el Santísimo Cristo Yacente.

Portado por sus 30 costaleros, el Rey de Santa María, fue llevado hasta la eternidad con sencillez, sobriedad y maestrías dignas del Hijo de Dios. No se puede pedir más, ni a la cuadrilla de costaleros, ni a sus capataces. Entregados y valientes jóvenes que luchan contra el peso, el dolor y la propia sociedad que les mira como a locos, sin comprender lo que aman a su Cristo, para que quien les vea sepa comprender que no son ellos quienes protagonizan la noche, sino el Señor, a quien llevan bien vivo en sus corazones y sobre sus costales muerto hacía el Sepulcro, junto con la incomprensión, el odio, la envidia, la hipocresía y la propia muerte, para dejarlos allí por siempre.

Y que decir del pueblo de Alcázar... ¡Qué silencio al pasar por las calles!. Sólo se oía el racheo de las zapatillas de los costaleros. ¡Qué miradas llenas de encanto y compasión provocaba a cada paso que iba dando! Y cuando paraba, al bajarse el Paso, oraciones encendidas, hacia dentro, que se veían reflejadas en los ojos de quienes las hacían. ¡Jesús ha muerto! Y lo ha hecho por nosotros... El hecho de la muerte de Jesús revive y empapa hasta muy dentro el alma de quien lo contempla cada noche de Viernes Santo en Alcázar, con el Santísimo Cristo Yacente.

Después del Señor Yacente, las mujeres del Santo Entierro, de túnica negra y capuz, cinturón y bocamangas blancos. En armonía serena y fría, ya fuera con farol o llevando alguno de los Atributos de la Pasión (clavos, martillo, corona de espinas y tenazas) o la Bandera de Paso, con el corazón encogido en un suspiro de silencio.

Entre todas ellas Victoria la niña de doce años que ha dado esta Semana Santa una lección de vida y que ha conquistado ya no el corazón, sino el alma entera de todos los que conocemos su historia y de la que hablaremos en otra entrada de este blog, porque no sólo lo merece, sino porque es un ejemplo a seguir por y para todos.

Al final de todo el cortejo, la Reina de la Soledad, Madre del dolor más profundo y a la vez injusto que se haya podido provocar jamás a alquien a lo largo de la historia. Su Hijo ha muerto. Ella no va a entender, en esta noche triste, el porqué, ni el como... Solo sabe que han matado a su Hijo, siendo su delito predicar y repartir amor y paz entre el pueblo, enseñándonos a perdonarnos y querernos como hermanos... ¡Y se lo han matado!.

Sus costaleras y costaleros han sido esta noche sus templados pies. La han llevado tras su Hijo, haciendo su soledad menos dura. Ellas y ellos que también luchan contra la dureza de la sociedad que les juzga como a fanáticos, sin conocerles, ni saber cual es el motivo de tanta entrega por su Madre, portaron a la Reina del Cielo con delicadeza y dulzura propios de ángeles, en volanda de amor profundo y, a la vez, sereno. Lo siento, si esto molesta a alguien, pero no se puede hacer mejor.

Apenas cumplidas las once y media de la noche, la Virgen de la Soledad hizo su entrada en Santa María, dónde aguardaba, sobre una parihuela, la Imagen del Santísimo Cristo Yacente, que en solemne procesión fue trasladado desde los pies de su Paso hasta su Capilla por antiguas costaleras de Nuestra Señora de la Soledad vestidas de túnica, en compañía de todos los cofrades del Santo Entierro que les habían acompañado antes en la calle, mientras sonaba una dulce melodia de flauta interpretada por Jessica Sánchez Ramos, miembro de la Banda de Música y de la propia Cofradía.

Así finalizó la Estación de Penitencia del Santo Entierro de 2012 que no dejó a nadie indiferente y que llenó el corazón de los participantes en la misma y de muchas de las personas que la contemplaron en la calle. Quede para el recuerdo, sobre todo para olvidar todas aquellas veces que no se celebró esta Estación de Penitencia o que no salió del mismo modo.

En el plano de los estrenos el Paso de la Virgen estrenó en su delantera un relicario que contiene reliquia de Santa Ángela de la Cruz (parte del hábito que vistió los años que su cuerpo permanecio sepultado), donado por una familia cofrade, muy ligada a la Cofradía.

Me subleva tu muerte
y me quema su dulzura,
no dejo de quererte
en esta noche sin luna.

Herido y muerto por nosotros,
de tu Madre has hecho entrega,
a quienes te abandonamos
en aquella hora suprema.

Sea, Señor, digno de quererla,
y sepa secar su llanto
llenando de tu gloria el manto
que la viste de soledad y reina.

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