30 de marzo de 2013











La Antigua y Real Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía de Caballeros del Santo Sepulcro, Damas de Nuestra Señora de la Soledad y de Nuestro Señor Resucitado decidió suspender su Estación de Penitencia ante la inestabilidad del tiempo, que se habría acrecentado a lo largo de toda la tarde, teniendo en cuenta que los pronósticos seguian siendo de riesgo y que el patrimonio, logrado a base de mucho esfuerzo y años de trabajo, puesto en juego es de un gran valor económico y sentimental.

Antes de la dolorosa suspensión el Párroco de Santa María la Mayor y Consiliario de la Cofradía, Javier Quevedo pronunció el Sermón de Soledad, un recorrido sobrio pero rotundo por los sentimientos de María en el dolor, en el amor y en la soledad que vivió al lado de Jesús, el mismo que esa misma tarde había muerto por todos nosotros.

Como en ocasiones anteriores al suspenderse la Estación de Penitencia se procedió al rezo del Santo Vía Crucis. Antes de ello el Paso de Nuestra Señora de la Soledad fue empujado por sus costaleras y costaleros hasta el fondo de la nave de la Iglesia, donde se ubicó al lado del Paso del Santísimo Cristo Yacente.


Acto seguido se apagaron las luces del templo y la Imagen del Titular del Santo Entierro fue bajada de su Paso para ser depositada en una parihuela, momento en el cual, entre no pocas lágrimas, se produjo un improvisado besapié por parte de hermanos y fieles.

Después comenzó el rezo del Vía Crucis con la lectura de las Estaciones por hermanos de la Cofradía, de túnica y costaleros. En la segunda Estación "Jesús con la cruz, camino del Calvario", Pilar Monge, acompañada a la guitarra por David Castellanos y a la flauta por Jessica Sánchez interpretó la canción "Saliendo del Pretorio" llenando el ambiente de una solemnidad y recogimiento indescriptibles, con emociones muy fuertes y sentidas.

Siguió el rezo del Santo Vía Crucis hasta que en la última Estación "Jesús es depositado en el Sepulcro", se llevó la Imagen del Santísimo Cristo Yacente desde el fondo de la Iglesia hasta su lugar habitual de morada, en el retablo de la Hermandad del Santo Entierro, acompañado del sonido de flauta de Jessica Sánchez. Fue portada la parihuela en esta ocasión por los capataces de los Pasos del Santísimo Cristo Yacente y de Nuestra Señora de la Soledad, David Muñoz, Luis Miguel Lizano, Abelardo Rosillo y Juan Carlos Rosillo.


Tras la finalización del Vía Crucis Pilar Monge realizó la última oración en forma de canción, interpretando "El diaro de María" con una voz y un timbre impresionantes, acompasadamente, como cuando se están diciendo palabras que brotan del alma y se dirigen al ser amado..., que terminó por llenar de emociones los corazones de los presentes, motivando muchas lágrimas y poniendo un broche final y muy emotivo al amargo momento vivido.

Quedará para el recuerdo una vez más este Vía Crucis, que aunque no puede sustituir en emociones y vivencia a la Estación de Penitencia si que es un momento de oración y acercamiento al Señor muy adecuado y necesario, más en la noche tan triste vivida en Santa María este Viernes Santo.















        Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.
       Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
(Jn 19, 25 - 27)


      Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

     Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.

    El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!".

     Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María –la madre de Santiago y de José– y la madre de los hijos de Zebedeo.
 
     Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran.

    Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.
(Mt 27, 50 - 59)

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